Gárgolas insomnes

Marzo 24 de 2007

Fue toda una sorpresa que el nuevo director de la Cineteca Nacional sea Leonardo García Tsao, ese gran crítico de cine que puede prescindir de su memoria y referirse a ciertos pasajes de películas exactamente al revés de cómo son; ese gran formador de criterio, para quien "lo mejor" de Oliver Stone es Salvador y "lo más relevante" del cine en su momento Superman; ese señor inexplicablemente vanidoso que, por lo menos, una vez criticó a la propia cineteca por exhibir oscuras las películas. Ahora que él es el director, las películas no se proyectan menos oscuras ni su exhibición en general es menos desastrosa; por el contrario, las interrupciones son más frecuentes y prolongadas, las fallas de sonido también, a las cintas les faltan fotogramas; a veces empiezan tarde y -quizás para ahorrarse el tiempo perdido en el retraso- se saltan el principio, algo que nunca ocurría aquí, ni ocurre en ningún otro lado.

El miércoles pasado, en el marco de una retrospectiva de Guillermo del Toro, programaron Cronos (1992), con la presencia del realizador. La función era a las 19:00 horas y los boletos se agotaron a las 17:00, pero la película comenzó con una hora de retraso, después de hacernos esperar más de media hora formados para entrar; se proyectó en dos salas simultáneamente y en la que no estuvo Del Toro anunciaron una exhibición de cortometrajes suyos que resultó ser pura música, nada de imagen; cuando concluyó la música, aparecieron los créditos y el público soltó una carcajada; entonces vimos en circuito cerrado la segunda parte de la plática, no con el público, sino con el director del recinto.

En la espera, gracias a que soy arrolladoramente sociable, me enteré de que la biblioteca del lugar había contado siempre con material gratuito, pero eso se acabó con el arribo de García Tsao.

Yo tenía especial interés en el encuentro con Del Toro porque, para empezar, esperaba ingenuamente que charlaría con el público, no solo con el vanidoso, y planeaba preguntarle si estaba enterado de la forma en que le dieron en la madre a su obra maestra precisamente ahí, donde jamás ofrecen disculpas ni explicaciones (a menos que uno las pida y le vean la cara de pendejo). También me hubiera gustado preguntarle al que nunca deja pasar la oportunidad de lucir su cara si todo seguirá como hasta ahora o cambiará siquiera lo que antes criticaba. Pero eso tampoco sucedió. Y hoy me pregunto si será posible la honestidad en los funcionarios culturales del salinismo con sotana. Por lo visto, no.

[] Iván Rincón 3:54 AM

Marzo 21 de 2007

Así habla Guillermo del Toro

Los cuentos de hadas son cabrones, no mamadas. En la versión original de La cenicienta, por ejemplo, a las hermanas les cortan los dedos de los pies para que les quede la zapatilla y después unos pinches buitres les comen los ojos. Así que no me chinguen ahora con que los cuentos de hadas no son violentos. Son violentos hasta su puta madre. Y me vale verga si en Hollywood tienen otra idea. A los cabrones les encanta la pinche violencia. Que no mamen. Por eso les gustó El laberinto... Pero yo no estaba pensando en el puto Oscar que se esconde el pito con una espada. El Ariel tiene más huevos que ese güey y por eso no los esconde. Pero a los gringos les encanta la violencia, decía. Ya ves a Mel Gibson. ¡Sangre! ¡Sangre! ¡Quiero más sangre! Así gritaba el cabrón en el rodaje de Apocalypto. ¿Y La pasión de Cristo? ¡Puta madre! Es pura pinche sangre esa mamada. Y además ya sabe uno de qué se trata, inclusive cómo acaba. En Cronos, una película que estimo y no voy a disculparme, también hay un Jesús y también resucita al tercer día, pero resucita vampiro el hijo de la chingada, y órale, cabrón, a chupar sangre, que la eternidad tiene su precio. Por lo menos hay que ser original, carajo, hay que tener huevos para crear cosas nuevas, para innovar las historias y la forma de narrarlas. Si Cronos les parece bizarra, ni pedo. Por lo menos aportó algo al cine de vampiros. Los que chupan la sangre del cine mexicano sin aportar ni madres son los pinches distribuidores y exhibidores con sus contratos leoninos de mierda que chingan a los productores impunemente y de entrada, se la dejan ir. Además aplican quién sabe qué "criterios" pendejos y hasta cobardes. ¿Cómo es posible que una película mexicana que ha sido premiada en todo el mundo, como El violín, de Francisco Vargas, no tenga todavía un distribuidor en México? ¡Vaya pendejada! ¡Esas sí que son chingaderas y mamadas! Otra que nos chupa la sangre, que ni siquiera paga derechos de autor por el cine mexicano que exhibe, es la televisión. Por eso estamos proponiendo que los productores reciban el cincuenta por ciento y que se exhiba el mismo porcentaje de cine nacional, como en Japón, Inglaterra, Francia y España, y que la caja idiota ponga también una parte para que haya una industria fílmica en México, que devuelvan algo de lo mucho que se llevan. También hay que sacar el cine y todo lo que sea cultura del Tratado de Libre Comercio... En otras palabras, que dejen de hacerse pendejos y chinguen a su madre, pinches cabrones ojetes.

[] Iván Rincón 11:09 PM

Febrero 28 de 2007

De la reciente entrega de los premios Oscar, llaman mi atención varios hechos. Para empezar, que en la categoría de guión original, estando nominados Guillermo del Toro por El laberinto del fauno y Guillermo Arriaga por Babel, el galardón lo haya ganado Michael Arndt por Pequeña Miss Sunshine. Eso es sencillamente grotesco. Miss Sunshine es una película simpática y divertida, pero de ahí a competir con las mencionadas... ¡por favor! Llama mi atención también que, en la categoría de banda sonora, el Oscar haya sido para Gustavo Santaolalla por Babel (el año pasado, lo obtuvo por la música de Secreto en la montaña). Si algo me disgusta de la última cinta de Alejandro González y Guillermo Arriaga es el minimalismo del final, pero "la Academia" prefirió premiar eso a reconocer en su momento el trabajo de Ennio Morricone, por ejemplo, en La misión (1986), Los intocables (1987) o Cinema Paradiso (1989), y sacarse la espinita con un Oscar "honorífico", más por las cinco veces que el músico italiano ha estado nominado, que por su inigualable carrera. Tuvieron que pasar veinte años para que Morricone fuera nominado por La misión desde que compuso la banda sonora de El bueno, el malo y el feo (1966), que es un hito en la música de cine, y no ganara. El año pasado ocurrió lo mismo con el director, productor y guionista Robert Altman, que recibió un Oscar "honorífico" después de ser postulado siete veces desde 1970 sin que ganara. Pero el reconocimiento a toda su carrera fue muy oportuno, pues en noviembre del mismo año, a los 81 de edad, se murió el señor.

Un criterio similar parece privar en la premiación de Los infiltrados, de Martin Scorsese, por mejor película y mejor director, como para conjurar la "maldición" que persiguió al director neoyorquino durante treinta años con cinco nominaciones fallidas, igual que a Morricone. Los infiltrados es una buena película, sin duda, pero no es mejor que Taxi driver (1976) ni que Toro salvaje (1979). En esta ocasión, perdieron Clint Eastwood con Cartas de Iwo Jima, González Iñárritu con Babel, Paul Greengrass con United 93 y Stephen Frears con La reina, para que "la Academia" compensara su ceguera.

No es la primera vez que esto sucede y quizás la peor vergüenza en este sentido haya sido la pretendida tapadera del racismo en Hollywood con la premiación de tres actores negros en 2002. Desde la nominación de Dorothy Dandridge en 1954 por su papel en Carmen Jones, de Otto Preminger, ningún cineasta "de color" había sido reconocido con un Oscar por su trabajo, así fuera Sidney Poitier por su papel en Los lirios del valle (1963), Rebelión en las aulas (1967) o Adivina quién viene a cenar (1967), o Morgan Freeman por su actuación en El reportero de la calle 42 (1987), Paseando a Miss Daisy (1989) o Cadena perpetua (1994), o Danny Glover por su desempeño en El color púrpura (1985), o muchos otros. Hasta 2002 fue reconocida la trayectoria de Sidney Poitier con un Oscar "honorífico", y en 2004 fue distinguido Morgan Freeman por su papel en Million Dollar Baby con la estatuilla dorada.

Por lo menos, El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro, ganó en las categorías de dirección artística, maquillaje y fotografía. Son más que merecidos estos premios en los tres casos, como los hubieran sido en el de película extranjera, banda sonora y guión original, sobre todo este último, para los que estaba nominada. Aunque -a diferencia de Los infiltrados- hay errores notorios en su edición, merecía siquiera estar nominada también por mejor película y mejor director, pero qué le vamos a hacer, si "la Academia" estaba en deuda con Scorsese. El Oscar por maquillaje a David Martí y Montse Ribé es especialmente festejable porque, aparte de su merecimiento, otra cinta nominada en esta categoría era Apocalypto, de Mel Gibson, un bodrio deliberadamente ofensivo, con el fin de hacer negocio con la controversia, y estúpido, por los errores históricos que comete. Lo bueno de este tipo de cine es que, además de dinero, gana tantas críticas como para terminar quemado. Por vergüenzas no paran los gringos, tratándose de dinero.

[] Iván Rincón 11:22 PM

Febrero 10 de 2007

"El alma de los seres es su aroma", le dice el maestro al aprendiz en El perfume. Historia de un asesino, de Tom Tykwer. "El alma de los objetos es su olor", me dije después de ver la película, al pasar de regreso a Coyoacán, en donde nací, por la colonia Florida, en donde viví. La fragancia del eucalipto era el alma de esta colonia, según mi memoria olfativa, como lo es todavía de Coyoacán el olor de los esquites y elotes hervidos en agua con epazote y sal, el aroma del café recién tostado y el vaho de incienso que impregna la plaza de los coyotes los fines de semana. Del olor a eucalipto en la Florida no queda más que el recuerdo, así como la imagen del árbol que trepábamos cuando éramos niños mis primos y yo, y en cuyas ramas construimos una gran caja de madera que llamábamos "la casita" y donde apenas cabíamos dos de nosotros sentados. De otro árbol colgamos un columpio que después fue una cuerda por la que subíamos y bajábamos hasta el hartazgo. ¡Pobres árboles! También tuvieron que soportar en nuestra adolescencia que entre ambos hubiera un tubo con el que hacíamos ejercicios como barras y escuadras abdominales.

"El alma de las cosas es su recuerdo", pienso ahora que vivo en la zona sur de Portales, atravieso a media noche Río Churubusco, llego al Museo Nacional de las Intervenciones y me encuentro allí con el espíritu del eucalipto que se fue de la colonia Florida.

Ojalá hubiera crecido yo en el campo y no en la ciudad, para encontrarme ahora con "olor a tierra mojada, olor a establo y a pino", como dice la canción, y con la respiración de flores y plantas, el húmedo aroma del moho en rocas y árboles, la fragancia del bosque, la esencia de la naturaleza, el aire fresco. Ojalá hubiera nacido cerca del mar, para que mi niñez siguiera jugando en su arena, como la de Joan Manuel Serrat. Pero nací en la ciudad más sucia y contaminada del mundo, como lo era París en el siglo XVIII, donde nació Jean-Baptiste Grenouille, el personaje de El perfume... de Patrick Süskind. Y crecí entre olores agresivos, hedores, pestilencias y tufos, como el de las alcantarillas, la gasolina y el gas, el monóxido de carbono, el humo de los carros y las fábricas (el neblumo, como intentó bautizar Octavio Paz al smog). Además fumé durante quince años hasta acabar con una cajetilla diaria en promedio y, ahora que tengo una década sin fumar, detesto el humo de cigarro, el olor nauseabundo a colilla y ceniza, el fétido aliento de los fumadores y el hediondo aroma impregnado en su ropa. Detesto ese vicio estúpido para gente estúpida... al cabo yo estoy curado ya. Deberían inventar un mecanismo para llevar el humo directamente a los pulmones, sin viciar el aire que respiramos todos.

A diferencia de la Florida o Coyoacán, en las calles de Portales, sobre todo en sus banquetas y "áreas verdes", abunda la mierda de perro, "popó de guaguá", como la llaman los niños, "caca de chucho", como le dicen en Chiapas, fecalidades y fecaleces, como consideran por ahí a las acciones y omisiones del "gobierno" federal... excremento canino, pues. El centro de esta ciudad huele a orines, y por todas partes flota el espíritu de las ratas muertas, que son millones.

Crecí en la ciudad más apestosa del planeta, decía, y quizás por eso no crecí mucho. Pero conocí la multiplicidad odorífera del incienso, el sahumerio del copal y el aroma del ocote, las exhalaciones del anafre o el brasero, entre otros objetos de alma humeante, como el pebetero y el bote colgante que purifica el aire invadido por fantasmas y espíritus malignos, pesadillas y pensamientos sucios. Conocí el olor a estiércol de caballo, de vaca o de borrego, asociado para siempre con el concepto de abono para la tierra, y el de las cobijas en el mercado de San Cristóbal, un olor impregnado de afectos. Entre la gran variedad de incienso, el de sándalo es uno de los más característicos, me parece, aunque también el de nardo, el de lavanda, el de mirra...

La cautivadora fragancia del cedro al natural y en algunos perfumes, el evocador aroma que desprende la gamuza nueva, el de los discos de acetato recién salidos de su funda (nostalgia en su más pura esencia), el alma de papel que escapa de los libros cuando uno los abre por primera vez, el aroma del mate, quizás tan estimulante como el del café, así como el cálido olor de las tortillerías, el de las panaderías, el de los quesos fermentados, el del tepache, el del cilantro en el nopal con jitomate y cebolla picada, el del ajo frito, el de los chiles en vinagre... todo eso y mucho más tiene su propio asiento en mi recinto mental.

El oloroso rastro de pólvora quemada que dejan los fuegos artificiales me hace sentir que fui guerrillero en una vida anterior. La inconfundible presencia del pinacate en el aire es otro de los olores evocativos de mi infancia, en este caso de los años que viví en Villa de las Flores, Coacalco.

Una de las experiencias olfáticas más intensas que he vivido es atravesar el mercado de Juchitán a todas horas del día, desde muy temprano en la mañana, cuando comienza el bullicio, hasta muy tarde, a media noche o de madrugada, cuando la oscuridad y el silencio se mezclan con los olores, que nunca descansan, solo cambian, sobre todo los que emanan del pescado y en especial del guachinango. También dormir con una mujer europea que ha viajado sin bañarse por la ciudad de México, Guerrero y Oaxaca, es una experiencia intensa desde la perspectiva del olfato. Continuar el viaje con ella en camión hasta Chiapas y permitir que se quite los zapatos y las calcetas en el camino, ¡es algo memorable! Así como hay mujeres que se llaman Dolores, algunas deberían llamarse Olores y tener un diminutivo parecido al de Lolita, digamos, como el de esa primera intérprete de Joan Manuel Serrat que se llama Colita.

Serrat, por cierto, describe los efectos de la primavera como un caos provocado por el olor de la flor del naranjo en El mal del azahar, canción cuyo nombre original en catalán es El mal de la tarongina y que, según su propio autor, "habla de la convulsión emocional y la sensualidad que se produce cuando el naranjo florece y cómo su fantástico perfume se esparce al atardecer y hace que los humanos sucumban al llamado de los instintos, ¡vaya!, que les entra una calentura de caldeo y lo primero es lo primero".

En fin, mis ociosos lectores. Yo nomás quería decirles que, hace unos días, fui al Manacar a ver El perfume... y me gustó mucho, aunque encuentro algunas discrepancias con la novela, como la caracterización física del personaje, por ejemplo, que es monstruoso (jorobado y rengo, entre otras cosas) en la versión original, mientras que en la versión fílmica está enclenque y tiene manchada la piel (esto último no se explica en ningún momento), pero su aspecto es bastante normal. En el camino de París a Grasse, la capital mundial del perfume, Grenouille se desvía hacia "la cúspide de la mayor soledad posible", según la narración de la cinta, en donde vive durante siete años, según la novela, tiempo que parece una semana en la película. Los perfumes que este personaje crea le sirven para darse un olor propio, del cual carece, así como para causar miedo o ser elogiado, llamar la atención o pasar desapercibido, según el caso, lo cual no ocurre en la cinta, que obvia el episodio, pues el asesino sube al dormitorio de su última víctima y no despierta ni al perro cuando pasa a su lado; la explicación de esta secuencia se la dejan al público.

Por lo demás, la película es espléndida. Solo me quita las ganas de volver a verla la insufrible hueva con que habla el papá de la última doncella muerta (cuando el tipo amenaza al asesino de su hija, uno bosteza). Ben Whishaw en el papel de Grenouille tiene una actuación más o menos gris, pero compensa los desangelados momentos de debilidad histriónica la asombrosa expresividad de sus manos.

Después de ver la película, caminé del Manacar a Coyoacán por la Florida en busca del estímulo olfativo que requiere la memoria para evocar la gloria pretérita, y no lo hallé, así que seguí caminando hasta Portales con la sensibilidad aturdida y casi atrofiada por el instinto de conservación ante la plétora defeña de humos tóxicos, vapores infectos, vahos putrefactos. Prefiero caminar y respirar las emanaciones contaminantes de coches, fábricas y alcantarillas a tolerar los sudores y las flatulencias que concurren en camiones y camionetas, peseros y peceras, además del veneno en el aire. Llegué al barrio de las excreciones callejeras, subí al quinto piso de un edificio que hiede a gas y amoníaco todos los días y me encerré en un departamento rebosante de polvo acumulado en sus rincones durante años.

En 2001 renté un nicho por el estilo a dos cuadras del Manacar, en Insurgentes Mixcoac, lo que me hace pensar que la ruta de mi paso por el mundo se reduce a la distancia entre aquellos cines y el lugar donde ahora escribo estas líneas, quemando una barita de incienso con olor a copal o de copal en forma de incienso, mientras un tufo muy otro me dice que debo sacar la basura.

Quizá no era toda la colonia Florida la que olía a eucalipto, sino solo algunas de sus calles (que tienen nombres de árboles y plantas, por cierto), como la de Pino. Habrá que averiguarlo.

[] Iván Rincón 9:11 PM